sábado, 29 de abril de 2017

El alma del artista




¿Os habéis fijado como se miran las manos los niños? pasan muchísimo tiempo haciéndolo, posiblemente se estén preguntando por qué todos los dedos están orientados en la misma dirección, todos menos uno, el pulgar.

Tal vez se digan que esto no puede ser y llegue a la conclusión de que ese dedo está mal colocado, que hay algo raro en ese dedo, seguramente nuestros hermanos primates, también compartan esa opinión, ya que ellos carecen de un dedo así orientado.

Si ampliamos un poco más nuestro campo de observación podremos ver, que ese dedo no está mal colocado y que de hecho es una maravilla de la evolución, puesto que gracias a su singular colocación la mano se convierte en una herramienta fabulosa, que le proporciona fuerza, precisión y coherencia a los movimientos.

Si ampliamos otro poco más nuestro campo de observación podremos ver que al igual de los dedos, todas las personas están orientadas en una misma dirección, piensan, creen y se comportan todos igual, sin embargo hay un número muy reducido de personas que no hacen tal cosa, piensan distinto, sienten distinto y hacen distintas cosas.

También la gente se pregunta la razón por la cual, este tipo de personas son tan distintas y hacen esas cosas tan raras, también llegan a la conclusión de que están mal hechas y de que hay algo malo en ellas y a veces, les obsequian con terribles adjetivos calificativos, con la incomprensión y rechazo mas crueles. Seguramente nuestros hermanos primates, también compartan esa opinión, ya que no les parecerán admisibles los elementos que no recolectan frutas como ellos.

A todos nos gusta el olor de los niños recién nacidos, huelen a nuevo, todavía conservan el olor del más allá, conservan el olor de la divinidad, por eso nos gusta tanto su olor. Este tipo de personas, las raras, tienen la capacidad de oler el sutil aroma que conservan siempre las personas y las cosas, ese aroma del más allá. Tienen la capacidad de ver el sentido íntimo y profundo de aquello que observan.

Pueden oír la conversación entre esa esencia de las cosas y la divinidad, la pueden escuchar y luego plasmar en una hoja de papel, en un lienzo o en una piedra. Tienen la capacidad de entender ese íntimo diálogo que hemos venido en llamar inspiración.

Gracias a este tipo de personas y a su inspiración, la mano no golpea, sino acaricia, no destruye sino construye, gracias a estas personas, podemos disfrutar de todo el arte, la filosofía y la belleza de este mundo, nuestras relaciones pueden tener coherencia, nuestras religiones sentido y nuestras vidas amor.

Estoy total y tristemente convencido que nuestros hermanos primates no compartirán esta opinión, puesto que para ellos, la ternura, el arte, la belleza o el amor son cosas prescindibles, carentes todas ellas de una utilidad práctica.

Sin embargo no estoy menos convencido de que tenemos que alegrarnos y dar gracias por estos regalos que la divinidad nos concede, personas con la capacidad de llenar nuestra vida de belleza, paz y amor.