martes, 2 de mayo de 2017

Charlas y más charlas sobre la guerra.





Cuando la casa está ardiendo, cuando ya esta consumida, nada podemos hacer por apagarla, tan solo podemos comprender las causas del incendio y salir de él. Podremos edificar otra casa y como ya hemos comprendido las causas del incendio, construiremos con materiales nuevos, materiales que no se puedan quemar.

Podemos ver las guerras de este mundo pero al igual que con la casa que está ardiendo, ya nada podemos hacer para pararlas, los puntos en litigio son demasiados, excesivamente graves, y la suerte ya está echada.

Siempre me ha asombrado la postura de conceder la responsabilidad de la guerra a los demás. Todo aquel que habla de la guerra, tan solo hace eso, hablar, mientras tanto la gente sigue muriendo.

¿Porqué al fin y al cabo que es la guerra, no es acaso la expresión externa de nuestro estado interno, una amplificación de nuestra actividad diaria? Es más espectacular, más sangrienta, más destructiva, pero es el resultado colectivo de nuestras actividades individuales.

Decís que hay que parar la guerra, pero no dejáis de renunciar a vuestras nacionalidades, a lo que separa y divide y lo que enfrenta a las personas, como la codicia de buscar poder, dinero o reconocimiento personal

Lo que causa la guerra, es el deseo de poder, de posición, de prestigio y de dinero, como  también eso que llamamos nacionalismo ‑el culto de una bandera- y las religiones organizadas, poseedoras todas ellas de la verdad más absoluta, de ese culto de un dogma, de una ideolagía. Si en vez de creencias y codicia tuviéramos buena voluntad, amor y consideración entre nosotros, no habría guerras.

Llenamos nuestras relaciones de enfrentamiento, tensión y violencia, una violencia socialmente contenida, pero siempre latente, ¿acaso no es la guerra la ocasión de soltar todo el mal que guardamos dentro de cada uno de nosotros? La guerra desaparecería si cada uno de nosotros se sintiera responsable de sus propios pensamientos, deseos y actos.

Cuanto más alta es nuestra posición, más deseamos seguridad, permanencia, tranquilidad, menos injerencia admitimos, y más deseamos mantener las cosas fijas, como están y gracias a que las cosas están como están hay guerra. Por simple evasión vamos a escuchar una charla sobre la guerra y a escuchar en ellas algunas personas que las han sufrido, nos diremos a nosotros mismos lo mala que es la gente y lo buenos que somos nosotros. Después a tomar cuatro vinos y a casa, a seguir haciendo lo mismo que siempre. Vano modo de eludir nuestra responsabilidad.

¿Creéis que semejantes personas pueden traer la paz al mundo? Para que haya paz, debemos ser pacíficos; vivir en paz significa no crear diferencias, antagonismo ni enfrentamientos. La paz no es un ideal, no es algo que se pueda conseguir, es algo previo a la convivencia, es el material con el que hay que construir las nuevas casas de las relaciones sociales.

Para que haya paz tendremos que amar, tendremos que empezar, no a vivir una vida ideal, sino a ver las cosas como son y trabajar sobre ellas, para transformarlas. Nada de luchas en contra de los que propician las guerras, sino un serio trabajo de compromiso y transformación personal.

Para poner fin al dolor, al hambre, a la guerra, es preciso que haya una revolución psicológica personal, y pocos están dispuestos a tal cosa. Discutiremos sobre la paz, donaremos incluso generosas cantidades para los damnificados, proyectaremos leyes, crearemos nuevas ligas y demás, pero no lograremos la paz porque no queremos renunciar a nuestra posición, a nuestra autoridad, a nuestros dineros, a nuestras propiedades, a todo lo que divide, enfrenta y desiguala. Confiar en los demás es absolutamente vano; los demás no nos traerán la paz. Ningún dirigente, ni gobierno, ni ejército, ni patria, va a darnos la paz. Lo que traerá la paz es la transformación interna que conduce a la acción externa.

Todas estas charlas de concienciación sobre guerras, nunca consiguen su fin, ya que, de lo que realmente tenemos que concienciarnos, es de nuestra propia violencia, posición y codicia y de eso, no estamos dispuestos a concienciarnos. No nos interesa el verdadero motivo por el que se ha quemado la casa, ni pretendemos construir con nuevos materiales y el fuego, el fuego nos da igual.

¡Que pena!