El caso es que no nos gusta nuestra sombra, ya que viene a ser lo contrario de lo que verdaderamente somos.
Sin
embargo es lo que hacemos a diario, si somos luz, mostramos la sombra
y si somos sombra mostramos la luz. Siempre nos debatimos entre lo
que somos en realidad y lo que aparentamos ser, entre lo que
ocultamos de nosotros y lo que pretendemos que los demás vean.
Por
mucho que nos empeñemos en actuar ante los demás, esperando ser
aceptados y obtener su aprobación, detrás de esa representación
está lo que realmente somos y esa farsa crea un vacío, una
incertidumbre que nos va consumiendo.
Cada
vez nos volcamos más en el papel que estamos representando, cada vez
buscamos mas fuera de nosotros aquello que “creemos” que nos dará
la felicidad, personas que nos hagan felices, actividades que nos
hagan felices y cosas que nos hagan felices.
Pero
la felicidad no tiene nada que ver con esas cosas y como no podemos
encontrarla fuera de nosotros y no queremos buscarla dentro, porque
lo que ocultamos no nos gusta, el vacío crece y crece, volviéndose
al final tan grande, que nos hace creer que toda nuestra vida está
vacía.
Llegado
a esta situación, nos volvemos con renovada fuerza hacia afuera,
damos mas importancia a nuestro trabajo, identificándonos mucho mas
con ser albañil, abogado o lo que sea. Nos compramos cosas mas caras
y nos aferramos mas a personas que utilizamos para que nos den
felicidad. Mas de lo mismo, el vacío solo puede hacer una cosa:
crecer.
Dejamos
de pensar, comenzamos a actuar y vivir de forma automática, con
patrones de conducta igualmente automáticos y previsibles,
refugiándonos por último en una adicción que termina por anularnos
como seres humanos.
Luces
y sombras, sombras y luces, es el juego al que jugamos, un juego que
nunca se puede ganar, pero a pesar de ello, nos encanta jugar.
¡Con lo fácil que resulta, presentarse a los demás y decir: "Hola soy yo, sin máscaras, sin disfraces, soy yo, este que veis, el de verdad"!
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