Es malo hablar fundamentándose en la autoridad de las palabras.
Hay una desafortunada tendencia de legitimar el valor de lo que se escribe, con una serie interminable de citas bibliográficas. Parece ser que se busca la autoridad de esas citas para que nuestros escritos se revistan a su vez, de la misma autoridad, dando así la sensación de certeza.
De lo que había en las cabezas de los autores citados y de lo que quisieron expresar con sus escritos, tan solo ellos lo sabían, nosotros, los que los leemos, tan solo buscamos en ellos algo que justifique y refuerce lo que pretendemos escribir, explotando de alguna forma a esos autores, en busca de autoridad.
No es la certeza, ese conocimiento seguro y claro que creemos tener de las cosas, ni mucho menos la autoridad lo que legitima a las palabras, lo que da valor a las palabras es su veracidad.
Por el hecho de que Platón, Santo Tomás de Aquino, el Lalai Lama o quien sea, hayan dicho algo, no significa que ese algo sea verdad y mucho menos sabemos lo que pretendían decir con ese algo, lo que deseaban decir de verdad.
Toda autoridad, explota, condiciona y domina, su objetivo último es esclavizar a los demás, la autoridad en las palabras pretende alejar la crítica, conseguir no sean cuestionadas.
¡Que triste esa necesidad de tener razón, sacrificando la mayor de las veces, la verdad en lo escrito!
La verdad no hay que argumentarla, todos las reconocen, a nadie deja indiferente, unos gozan con su encuentro y otros, la mayoría, se turban, pues la temen.
Palabras, solo palabras, tener cuidado con la veracidad de vuestras palabras, pues ya lo dijo Platón: "Nadie es más odiado que aquel que dice la verdad"..... ¿o tal vez quiso decir otra cosa?...
Roberto Lejarza